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domingo, 28 de febrero de 2016

Silvita, Las ciencias exactas y la lucha inexacta.

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Sus lentes eran grandes para su cara pequeña. Pero eran sinfónicos para su inteligencia. Su metro con cincuenta y cinco centímetros de altura. Difícilmente contenían su abundante energía y su don de gentes. A los veintitrés años, Silvia Ayala era Mirna figura clandestina, combatiente luz. Su carita blanca y su cabello café claro y ondulado sabían de la entrega y conspiraban al alba por la vida plena era más bien pequeña, una excelente estudiante de matemáticas de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de El Salvador. Ayudaba a sus compañeros y compañeras a resolver las abstracciones de las ciencias exactas por abstractos. Mientras ella sumaba las fuerzas sociales , que tejían paso a paso, minuto a minuto el poco exacto balance de la correlación de fuerzas necesarias para hacer fuertes a los débiles. Su barbita fina, su frente amplia y ceje junta, depuntada cada mañana en Ciudad Delgado siempre atravesaba la calle principal para dirigirse de su casa, donde había crecido con su tía, hacia el Instituto Central de Señoritas Francisco Morazán. En ocasiones su hermano mayor mecánico, la trasladaba al Central y siempre en su mochila cuidaba con primor maternal, su flauta y su melódica, que sabía tocar con dulzura y encanto sus manos finas pequeñas y seguras, hacían de la flauta, la fuente inagotable de sonidos que dan balsamos al alma y paz al corazón.
Silvita era siempre alegre con voz suave y dulce como la flauta que tocaba  su risa libre y abierta como la armónica que conocía, la distinguida rápidamente entre sus compañeras. Su vocación para el estudio fue siempre conocido y su sensibilidad para el prójimo, que venía de su base cristiana, destacaba su bondad y sentido de compromiso a la hora de tomar decisiones. Su madre la dejo con su hermana, tía de Silvia, cuando partió hacia el Norte por trabajo y futuro. La niña de cinco años creció y creció y siguió creciendo. La madre ausente y la tía presente hicieron de una niña un gran corazón, una gran inteligencia, en tanto que el compromiso con sus estudios matemáticos con su pueblo inexacto, con sus sueños justos, le llenaban las horas y le median la vida.

La sociedad estudiantil de Ingeniería supo de sus prisas y de sus reclamos, de su rigor y ternura y el eco de su voz y la imagen recatada con aritos pequeños en sus orejas guardaba la decisión final de hacer todo lo necesario y esa firmeza de acero que habitaba en la mayoría suavidad aparecía cuando el sentido meticuloso de su pensamiento arruinaba la vida reparaba detalles o cuando cosía con hilo y aguja la camisa rota de un compañero o el ruedo suelto de un vestido, amigo la guerra camino a su encuentro  y arriba frente a frente midieron su altura y la figura femenina con anteojos y cabello suelto caminaba segura en la clandestinidad. Sus manos supieron de la premura, de la de la urgencia de los materiales, las madrugadas frías la vieron cruzar la calle silenciosa los perros ladraron hacia el fondo de los barrancos, mientras veintitrés años menudos con luz en la cabeza y fuego en el corazón tejían con mano precisa la vía segura de la pelea inevitable. Mirna sabia de siempre que la vida es preciosa y siempre la gozaba plenamente; aunque no sabía chistes, siempre los reía con encanto y atención, le gustaba entenderlos para captarles el humos más  completo y liberar la risa más segura. La guerra conocida se volvía desconocida, la palabra negociación no se pronunciaba y una conspiración de pueblo caminaba lentamente hacia las alturas.

San Salvador crujía de soldados, el verde militar competía con el verde vegetal, las horas tensionantes cortaban los minutos, mientras los pasos febriles como el tiempo no detenía ni de día ni de noche, su ritmo de reloj. Fueron tiempos inmensos para Silvita, de mucho caminar de estudio y de futuro. El corazón anunciaba las auroras y el pensamiento aseguraba las horas. Los combatientes sabían que mil novecientos ochenta y nueve era un año decisivo, que el mundo trastornado ponía diques a la guerra y cada hora que pasaba tenía que sumar en fuerza y ventaja. Ella siempre reclamo por el riesgo disminuido y por la protección conferida, y siempre demostró sus alas fuertes y su vida en juego. Quien daba tanto a la vida siempre supo, en lo más profundo, que la mayor de las reservas era la vida misma.
Ese día caluroso de marzo, los buses corrían repletos las caras con sudor hablaban poco y en medio de la tarde que moría, dos muchachas bonitas se bajaron en el centro, eran las cinco y media de la tarde se dirigían hacia el cochinito pero antes pasaron por Salandra. La gente corría presurosa las madres halaban a los hijos, los enamorados se miraban sin verse y las dios muchachas, estudiantes de medicina y de matemáticas, con sus carteras color café caminaban, caminaban y caminaban, el rostro sereno el sudor en el cuello, parecían hablar se detuvieron rindiéndose frente a un oso de peluche , que adornaba una vitrina hablaron algo con un vendedor de diarios y lentamente sin prisa notable alcanzaron la esquina conocida, Silvita se adelanto era una parada de buses, cuatro personas esperaban cerca de ahí, se ofrecían aguacates pequeños y baratos, los pitos de los autos los gritos, los rostros, las horas el calor, los perros callejeros quedaron suspendidos, cuando en una explosión inesperada desapareció la amiga de Silvita que caminaba a dos metros de distancia detrás de ella. La gente corrió asustada, Mirna fue alcanzada en su cabeza por las esquirlas y cayo lentamente como caen las tardes. Sus ojos aun abiertos miraron otros ojos que la miraban. La ambulancia la levanto, el cuerpo pequeño temblaba de vida, quería la vida y luchaba por ella; sus labios que conocieron de la flauta y de la risa, pausadamente se quedaron quietos, y  en horas de la noche Silvita agonizaba, su cráneo dejo de cuidar su cerebro herido, y la exactitud de la vida cedía ante lo exacto de la muerte, una mano suave le limpio la frente, una mano tierna le cerró los ojos y los labios yertos dejaron fugarse sin prisa y sin pausa a la vida, los médicos jóvenes miraban su cuerpo pequeño en su vida e inmenso en su muerte, cuentan que esa noche el Hospital Rosales y sus corredores y sus arboledas fueron recorridos por una oración que leve y serena se elevaba al cielo diciendo… las hijas mejores se van y se quedan, los mejores sueños se quedan, se quedan.

   

3 comentarios:

  1. Porque la historia es importante para el conocimiento y el orgullo, así como tambien de la memoria de aquellas grandes personas que nos dejan grandes enseñanzas que podemos aplicar en nuestro diario vivir.

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  2. El terremoto de 1986 marco un cambio en la conciencia de los estudiantes de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura recién había pasado la última toma militar del Campus Universitario y los estudiantes nos sentimos comprometidos a reconstruir nuestro centro de estudios, primero hubo que organizarse en comisiones por escuela (las actuales asociaciones) y luego reorganizar nuestro gremio la SEIAS desde donde desarrollaríamos el esfuerzo de reconstrucción física, lo académico no había sido abandonado y nosotros no permitiríamos que sucediera; sin embargo los esfuerzos resultaron vanos al suceder aquel samaqueón de 10 para las 12; eran días en que los universitarios éramos solidarios con las necesidades del pueblo y del pueblo para con nosotros así que no dudamos en convocar al estudiantado y salir a colaborar con el rescate de las víctimas, de pronto nos habíamos multiplicado y bien habíamos llegado al centenar de estudiantes en acción; así fue la incorporación de Silvia Estela Ayala al movimiento estudiantil que luego de la euforia pos terremoto se sumó a la lucha reivindicativa por el presupuesto e internamente contra los abusos cometidos por algunos docentes, luchar por el manejo cristalino de las finanzas de la Facultad y el engrandecimiento académico; pero la demanda fue cada vez mayor y pronto participo en el movimiento universitario por la búsqueda de una salida negociada al conflicto armado y siempre por un presupuesto justo para la UES, esto le costó la libertad durante la brutal disolución de la marcha estudiantil de septiembre del 88 y al igual que a otros muchos les facilito la toma de decisión para incorporarse a la lucha armada contra una dictadura militar con mascara de democracia. Lastimosamente murió junto a la compañera Delia también estudiante pero de Medicina durante una operación guerrillera el 30 de marzo de 1989 en pleno centro de San Salvador, dicen que al colocar un explosivo se percataron de la llegada casual de una niña al lugar y optaron por retirar el artefacto ya accionado aun a sabiendas de que era cuestión de segundos para el estallido, solo ellas dos murieron; en esa fecha y en ese acto heroico Silvia Estela y Delia pasaron a engrosar la lista de revolucionarios caídos, contaba con 23 años de edad, era bonita, alegre, inteligente y aplicada, era miembro de la Junta Directiva de la SEIAS y por eso años después los estudiantes de Ingeniería y Arquitectura la honraron bautizando con su nombre a la referida asociación gremial.

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    1. Gracias Oscar Alejandro Lemus por ampliar un poco sobre la vida de la Compañera Silvia Estela Ayala y el contexto en el cual se desarrollaba la lucha estudiantil. Espero que un día nos pueda dar una entrevista para la ASEIAS y poder rescartar poco a poco con testimonios nuestra memoria Histórica.

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